miércoles, 10 de abril de 2024

La ley de Say y el Keynesianismo

 Victor Manuel Quintero Ceballos

La Ley de Say afirma que “la oferta agregada de bienes y servicios es igual a la demanda

agregada” y que, por lo tanto, no puede existir una sobreproducción generalizada en la

economía. Es decir, si en un mercado capitalista (de libre mercado) se produce cantidades

de bienes y servicios, en el largo plazo se generarán automáticamente una cantidad de

ingresos que comprarán de manera satisfactoria esa cantidad de bienes y servicios, ya que

los ingresos generados por las ventas de estos bienes se utilizarán para comprar otros bienes

y servicios dentro de la economía.

Esta idea se basa en la creencia de que los mercados son completamente eficientes y

tienden hacia un equilibrio en el que la oferta y la demanda se igualan de manera

automática y mecánica. Según esta visión, si una empresa produce más bienes de los que

los consumidores desean demandar, los precios de esos bienes tenderían a la baja, lo que

estimularía la demanda (a menores precios mayor cantidades demandadas), por lo tanto, se

equilibraría el mercado. Del mismo modo, si la demanda sobrepasa la oferta de un sector

productivo, los precios tenderían al alza, lo que incentivaría a las empresas a producir más

para satisfacer esa demanda, ya que, si los precios incrementan, los productores se ven

tentados a producir y, por consiguiente, los consumidores se desestimularían ya que a

mayores precios menores cantidades demandas; de esta manera, el mercado poco a poco

tendería hacia el equilibrio.

En contra de lo anterior, Keynes argumenta que el planteamiento hecho por Say no aborda

la posibilidad de desequilibrios en la economía en el corto plazo, donde la oferta efectiva de

bienes y servicios excede la demanda efectiva, porque “la oferta no siempre genera la

demanda suficiente para alcanzar un equilibrio”. Aquí es donde Stuart Mills sale en

defensa de la ley de Say, porque señala que los desequilibrios en la oferta y la demanda,

pueden suceder de manera parcial, por ejemplo, si se duplica la producción general (en

todos los mercados), no necesariamente se duplicaría la demanda de todos los mercados de

manera directamente proporcional. En cambio, la demanda se ajustaría de acuerdo con las

preferencias de los consumidores, lo que implicaría que algunos bienes tuviesen una

variación mayor (o menor) que otros, esto teniendo en cuenta las elasticidades de los bienes


y servicios. Por lo tanto, se generarían cambios en la proporción en la que se producen los

bienes. Por lo tanto, este argumento aporta una “gran defensa” a la visión clásica de la

economía, ya que Keynes genero su crítica con una visión muy simplista de la ley de Say.

Los clásicos refuerzan la ley de Say afirmando que el ahorro siempre se traduce en

inversión, y que cualquier decisión de abstención al consumo se traduce directamente a la

inversión en la producción de riqueza en forma de capital. Keynes argumenta que esta idea

no tiene en cuenta la naturaleza no neutral del dinero y que los agentes no suelen ahorrar

solo por inversión, sino que también ahorran porque cuentan con sentimientos negativos

sobre el futuro, por ende, Keynes dice que el ahorro y la inversión a pesar de estar

relacionados de una u otra manera, son dos actividades completamente distintas.

Otro de los argumentos de Keynes sugiere que el ahorro puede exceder crónicamente a la

inversión, lo que significa que las personas pueden estar ahorrando más de lo que se

invierte en la economía. Esta discrepancia entre el ahorro y la inversión puede conducir a

un exceso de ahorro, lo que a su vez puede dar lugar a una caída en la demanda agregada y

a una recesión económica.

En contra parte, los neoclásicos argumentarían que la idea de que el ahorro puede exceder

crónicamente a la inversión suele ser poco probable en una economía con un mercado

eficiente. Ya que, en una economía competitiva, los ahorros que no se destinan a la

inversión suelen cambiar hacia otras formas de inversión, como el mercado de valores o la

compra de bonos, lo que permite equilibrar la oferta y la demanda (en cuanto a ahorro y a

inversión).

En términos generales, Keynes ofrece soluciones al desequilibrio de la oferta y la demanda

en el corto plazo, generando soluciones más rápidas por la vía de la intervención estatal,

por ejemplo: Él recomendaba que los bancos centrales redujeran las tasas de interés para

hacer más atractivo el endeudamiento, lo que podría estimular la inversión y el consumo.

Además, también abogaba por la creación de dinero por parte del banco central para

financiar el gasto público. Sin embargo, estas soluciones en el corto plazo podrían generar

fenómenos inflacionarios garrafales para la economía en el largo plazo, afectando de

manera grave el libre mercado, ya que poco a poco la intervención del estado sería mayor y


por ende existirían organismos estatales que controlarían el mercado, dejando la puerta

abierta a la corrupción, al desfalco de dineros, a la mala inversión de dineros, etcétera.

En cambio, la visión de los clásicos se centra más en el largo plazo, por ejemplo, Mises,

argumenta que la insuficiencia de la demanda efectiva es un fenómeno temporal y que es

autoajustable en una economía de mercado. Ya que, si los precios y salarios son flexibles,

cualquier exceso de oferta de bienes y servicios provocado por una caída en la demanda

sería eliminado a medida que los precios y salarios se ajustaran a la baja, generando así el

equilibrio (Keynes estaba en contra de esto ya que él “evidenció” que existe una rigidez de

salarios a la baja). Esta visión clásica ofrece soluciones lentas y a un largo plazo, lo que

puede generar penurias sociales y económicas insostenibles en el corto plazo, sacrificando a

muchos por el bien de pocos.

Por lo anterior se puede concluir que, Say y la teoría clásica encuentra una mayor

aplicabilidad en el largo plazo, esto si se entiende al detalle los procesos económicos

desarrollados en el futuro inmediato que tienden a validar la teoría keynesiana.

3 comentarios:

  1. Aunque es cierto que el planteamiento keynesiano va en contra de la ley de Say, el argumento presentado en el artículo referenciando a Stuart Mill no sería apropiado, puesto que, Keynes no considera erróneo el postulado clásico de la igualación entre ahorro e inversión. El verdadero análisis en contra de la ley de Say es desde el problema de la demanda efectiva, el cual no se basa en el ahorro o la inversión sino en el efecto psicológico de la propensión marginal a consumir, que genera un desbalance entre aumentos en el ingreso y aumentos en el consumo

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  2. La crítica a las soluciones keynesianas en el corto plazo resalta el riesgo de inflación y la expansión del control estatal sobre el mercado, lo que podría llevar a la corrupción y un mal uso en los recursos públicos. En contraste, la visión clásica de economistas como Mises se enfoca en soluciones a largo plazo, confiando en los mecanismos autoajustables del mercado para restaurar el equilibrio. Sin embargo, esta perspectiva puede resultar en penurias sociales y económicas insostenibles en el corto plazo, sacrificando el bienestar de muchos por el de unos pocos. La conclusión sugiere que la teoría clásica puede ser más aplicable a largo plazo, siempre y cuando se comprendan los procesos económicos que respaldan la teoría keynesiana en el futuro inmediato.

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  3. El autor plantea su punto de vista sobre la Ley de Say y las críticas de Keynes de manera clara y estructurada, lo que permite al lector comprender los argumentos de ambas teorías. Sin embargo, hay algunos aspectos que podrían ser mejorados en su enfoque y presentación,Aunque el autor expone tanto los argumentos a favor de la Ley de Say como las críticas de Keynes, parece haber un sesgo hacia la visión clásica de la economía. Sería beneficioso ofrecer una presentación más equilibrada de ambos puntos de vista, resaltando tanto las fortalezas como las limitaciones de cada teoría.

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